Ding Dong
(ese estrepitoso ruido de aeropuertos)
pasajeros del vuelo
4567
por favor acercarse
a la puerta nº13
para comenzar el embarque
Nunca até mis cordones por miedo a aque algún día no sepa como desatarlos, a olvidarme del sistema de hábiles enredos que quien sabe el nombre de su autor, esa forma de abrazarse que tienen las sogas y que permite que no se suelten jamas, permanenciendo unidos a envidia de los humanos y sus frágiles relaciones que mas que nudos de cuerda son como esas cosas enceradas que se patinan aceitosamente hasta separarse y caer. Miro el piso. Al lado de mi pie una pelusa se posa con mi zapato. Unos nenes juegan, corren, con lo poco que se puededivertir un infante en una sala de espera. Las luces artificiales, blancas radiantes, pero artificiales siempre prendidas a pesar del terrible sol que dora el horizonte.Mis ojos ya no lloran porque hace rato que no lo hacen pero es inevitable sentir esa tristeza, que desde niño, me causan los viajes solitarios y los atardeceres en las ventanas de las aeronaves.
Estruendo. Aterriza uno de esos armatostes. Mil ventanas, 3 mil cabezas, 6 mil pies, nada interesante. O quizá si. Por ahí justo en el asiento 65, pasillo a la izquierda, lejos del ala, cerca de la cola, donde todo se hace cada vez mas fino en los aviones de cabotaje, con la cabeza apoyada en el vidrio, va sentada una mujer, que mas que mujer es joven y muchacha, piel que no es blanca ni negra, ojos que no son ojos y un pequeño sentimiento naciendo de un lugar que ni ella misma conocía, de que hay un hombre que mas que hombre es joven, con pelo de dudosa existencia, novela de hojas amarillas y rayadas entre las manos y cuatro dolares en la billetera, que mira sus zapatos y a su vez mira los cordones, que algunos osan en llamar agujetas, y piensa en la joven muchacha que lo esta pensando. Y la idea los une como a nadie, y el amor los fusiona como si verdaderamente fueran uno. No saben su fecha de cumpleaños, ni su color de ojos. No conocen lo que leen, ni a los que al otro rodean. Pueden sentir sus aromas, pero nunca sabran sus nombres. Ellos nacen cada día en cada pensamiento compartido, en cada beso dado a otro y en cada sonrisa a una azafata distinta. Ellos no se conocen, no se van a cruzar hoy ni lo harán en toda su vida, porque ya se besaron en los sueños dormidos y también en los despiertos, porque se abrazan en cada esquina, porque se saludan cada vez que miran al cielo.
Si, puede pasar.
Vagas ideas sobre un facu mar adentro...
Vamos al mar,
vamos a dar
guerra con cuatro guitarras.
Vamos pedaleando
contra el tiempo,
soltando amarras.
Brindo por las veces
que perdimos
las mismas batallas.
Tengo tu sonrisa
en un rincón
de mi salvapantallas
(salvapantallas)
(hastaquenoteoigasaltardesdeaca
no voyaparardemolestarte con coloresestridentes, dale, es soloun hilo que se soltó, nada que un soldado no pueda vencer)