Dichoso el hombre que se reconoce enamorado. Dichoso aquel a quien la voz le tiembla, le palpita estrepitosamente el pecho, los días se le vuelan, la sonrisa no se le borra. Que se alegren las baldosas que él ha de pisar; nunca sentirán el peso de alguien tan engrandecido y a la vez tan liviano. Saluden las flores desde los puestos callejeros y que se callen las noticias de los matutinos. Cuando pasa un hombre enamorado el silencio hace bailar a las penas. Dichoso de él. Pero mayor sea la dicha de aquella que lo hace levitar. Dichosa su piel que alegra el tacto, sus ojos, que inflan al pequeño para enfrentarse al gigante. Dichoso el amor que se escapa esperando ser alcanzado.
Un pequeño apunte desde la superficie de la tierra
Desde pequeño soñé con letras, soñé canciones y emociones. Cuando no sabia escribir, escribía sin sentido, volaba, cantaba, y movía a soldados y vacas con algún juego de granja que todavía no me acuerdo quien me regalo. Hoy preferiría usar la Royal que quedo de ese hombre que siempre en mi familia nos dignamos de llamar abuelo, quizás porque el se gano ese titulo casándose con mi abuela (cansándose capaz) y teniendo un rol paternalista con todos nosotros, aunque yo no lo conocí, murió una semana antes de mi nacimiento, pero a veces hasta dejando de lado a mi verdadero abuelo, ese ser que lo prefiero creer inentendido por el resto, que juntaba tornillos y todo lo que viera en la calle para seleccionarlo y guardarlo en una gran cajonera al estilo de las de las ferreterías que tiene en el lavadero de su casa. Creo que fue el que me dio el gusto por mirar aviones, aunque creo que nunca vimos uno juntos, pero mi memoria me dice que fue el quien estuvo en la escuela de mecánica de la armada, de el era ese avión de fundición, trofeo de algún merito que nunca me explicaron porque claro, nadie se acordaba. Si, ahora que lo pienso dos veces, era el y sus revistas viejas, llenas de publicidades inentendibles sobre repuestos de aeronaves, accesorios y todo para el aeronauta y era el que nos hacia pasar por ese Mirage que estaba en la entrada de un edificio en algún lado de la provincia de buenos aires.
Como verán mi memoria no es de las mejores, sin embargo esta llena de recuerdos que por algún lado tienen que salir. Hoy le toco a Elsi. Perdón, no lo presente, mi abuelo, Elsi Binaghi. Mi duda sobre su nombre alguna vez me la curo mi mamá, su hija, pues si, Elsi es un nombre a pesar de que no suene como tal y es de hombre. No imaginaria a Elsi si lo conociera con bigote y esa pelada llena de manchas que tiene coronándolo. De chico me buscaba por la casa, se la lustraba y me mostraba como brillaba. Como olvidarme de esa casa, siempre llena de cosas por descubrir, los discos, el olor, y la luz tenue entrando por la ventana del living que nunca se llenaba. El ruido del cuero de los sillones bajos, las flores de tela y plástico, con colores fosforescentes y el mueble lleno de tazas, platos, y cosas de colección, todas ellas sin importancia al lado del Citroën 3cv, modelo 28 en escala. Celeste, el Citroën celeste. Un Winco en la punta, nunca lo escuche sonar más allá de algún golpecito que le dábamos con mi hermana. El cuarto enorme donde guardaba de todo un poco, con la caja fuerte que en plena travesura trabe con toda la colección de estampillas adentro. Y si, no puedo dejar de leer los cuentos de Cortazar sin imaginar que ocurren en su patio, porque lleno de verde, gnomos y colores, era para mi una aventura que se daba pocas veces por año.
Ahora todo me parece chico y triste, las cosas viejas son solo viejas y no tienen la magia que me deslumbraba de niño. No es que Elsi ya no tenga ganas, ni que su calva se haya quedado ya sin brillo, creo que soy yo que crecí, que ahora me dicen adulto, grande, responsable y todo eso me llena de miedo. Por ahí también que ahora soy yo al que insipientemente le empieza a desaparecer el pelo de la cabeza, pero los ojos son los mismos, los míos y los de el, por eso siempre que veo que un avión, sonrió al cielo y me nace una sonrisa.
Bienvenido amigo a mi tierra Que canta entre llantos De poco agua y mucha arena Recorra los surcos que dejan los arroyos Y el borde cambiante del mar Animese a adentrarse En sus dunas bailarinas, En sus montes extranjeros Dejese contagiar Por el sol que cubre cada centímetro De tierra negra y fértil Bienvenido amigo a mi tierra Que tanto a usted lo esperaba Paseese por los campos de trigo Y derroche su alegría Porque le aseguro que no querrá volverse Sin una sonrisa.
Se corta el flequillo con cuidado, lo acomoda, de acá para allá y de allá para acá. Realmente no es que le moleste, que le disguste ni nada por el estilo. Solo el hecho de jugar con la tijera la divierte. Podría (¿debería?) estar haciendo mil cosas mas importantes, mujer de veintipocos años pero muchas obligaciones modernas y maduras, pero se escapo por abajo de los brazos de la responsabilidad (¿obligación?) para enfrentarse solo con ella misma, vidrio de por medio, en esta fría competencia. No cree que la que esta del otro lado sea su reflejo, mas bien la ve como a una retadora, competidora de la mas baja reputación, llena de odio y fieles reproducciones de sus sonrisas coquetas solo con el fin de confundir y lograr un penoso empate. La disputa se desarrolla entre la letra de una canción de radio, cantada a los gritos a la vez que, con un ojo cerrado y el otro abierto, da los golpes decisivos, los cortes cruciales, que de izquierda a derecha seccionan y definen la forma de ese rubio tamiz. Mas tarde va a agarrar su cartera amarilla de niña y sus ojos van a brillar al compás del sol y de la ciudad que no para ni siquiera para verla pero que, con una orquesta de mil bocinazos y millones de otros ruidos (martillazos, gritos, frenadas, golpes y mucha urbe en movimiento) compondrá una sinfonía dedicada a cada uno de sus pasos. Pero lo mas importante es que va a intentar ubicar a cada transeúnte entre los huecos que previamente corto, dio forma, modelo y todo lo que solo un artesano puede hacer, en su flequillo de trigo y oro.
Soñar, cerrar los ojos y volar en ese mar de ilusiones que todas las noches toma rienda suelta entre la almohada y tu cabeza Ser capitán en océanos infinitos, rubia en Nueva York, ser todas esas cosas que tu mirada nunca vió
y los muertos se pusieron de pie llenos de energía de vida colocaron sonrisas en el sol alzaron sus banderas y corrieron como amantes desesperados por el campo de batalla destruyeron enemigos miedos y temores cantaron victorias lloraron a los caídos siempre con la esperanza a flor de piel ahora es momento de volver a las tierras abandonadas a construir sobre las ruinas de un pasado doloroso llenar de colores los cielos y las paredes de sueños cambiarle la cara al presente cantando amores en la esquina de todos los barrios